Intento, y mayormente lo consigo, garantizar la estanqueidad entre mis compartimentos vitales. A menos que un plazo me esté comiendo la moral, no me llevo el trabajo puesto a casa. Las discusiones sobre el jodido código del curso de quien ya sabemos saliendo a cuento enmedio de una caña son una excepción, bien lo saben los que lo sufrieron, con Diego y Pepe a la cabeza. Como todos los humanoides, tengo mis límites. Y hoy sufro las consecuencias, aunque más sutilmente. En aquel caso, estar todo el día dándole vueltas a algo que no andaba me condicionaba y no podía aparcarlo al salir por la puerta. Lo que pasa hoy puede que sea un problema de conciencia oculto, y que el escaso rendimiento me deje anímicamente más expuesto a las derivas. Si todo anda fenomenal, sales espitoso del despacho, y todo mola. Si las cosas no andan bien pero te pasas una hora dano brazadas, las endorfinas maquillan el entuerto. La inanición y el día de descanso de la piscina te bajan la moral, y eso somatiza y revienta por donde menos te lo esperas. Hoy por ejemplo me he descubierto hasta los huevos de la comida. Invocando a la razón, he descubierto que no era que me apeteciera un plato de jamón, por decir algo. De hecho, tampoco me atraía la idea de comer nada en concreto, ni siquiera imaginarme la mesa que pone mi madre cuando vuelvo a casa después de dos meses me estimulaba los jugos. Era hastío, punto.
Supongo que todo este estado de la psique habrá sido el detonante de lo que me ha pasado hace un momento. Estaba leyendo algunos blogs de autores desconocidos (al menos para mí) con los humos un pelín subidos. Suelo ponerme a la defensiva ante los fantasmones. Como a la mayoría, las sobredosis de amor propio, tras una fase inicial de deslumbramiento, me dan un pelín de asquito, pero he decidido darle una oportunidad a su literatura. Al fin y al cabo, y salvando todas las distancias, Bukowsky no dejaba de ser repelente, pero leerlo mola. Como no dejo de ser un snob de mierda, me he encendido un pitillo, he abierto una cerveza a falta de poder servirme un gin-tonic, y he puesto a andar en el Winamp el Kind of Blue de Miles Davis. No me dejaba concentrarme en la lectura y he tirado a algo más light, más de hilo musical. He pasado a Stan Getz, y me he puesto a oir (no se puede escuchar música y leer atentamente a la vez) una colección de versiones de Bossa Nova. y en esas estaba cuando, al sonar la Samba de Una Nota So me ha traicionado el subconsciente. Por un momento me he visto de nuevo en Rio, desayunando una cerveza en la terraza de la casa de Carolina (nunca te lo agradeceremos bastante, Fofa) viendo la playa y oyendo discos de Tom Jobim. Y cuando he levantado la vista del monitor he visto el ventanuco color aluminio de mi apartamento, pequeñito y feo como es él. Hay veces en las que los recuerdos no te vienen, te atacan a mala fe. Y digo a mala fe porque yo mañana por la mañana, yendo a la universidad, me acuerdo de alguna juerga y sonrío. Me pasa cuando suena el "You Want To" en el MP3 mientras voy en el autobús. Me acuerdo del subidón en Razzmatazz el 30 de diciembre cuando pusieron la canción a las 5 de la mañana y no puedo dejar de preguntarme qué pensarán los chinos que hay a mi alrededor de la sonrisa que se me pone, que no me cabe en la cara. Eso es un recuerdo que viene, saluda, pasa un buen rato contigo y luego se va. Lo de la playa de Sao Corrado ha sido un recuerdo embozado, como esos espadachines sicilianos que se le aparecen a Diego Alatriste en esquinas oscuras y te apuñalan sin dignarse a darte las buenas noches.
Le he intentado hacer frente y he apoyado la nariz contra el cristal, mirando las luces de la ciudad. Mi ventana no tiene la mejor orientación posible, con lo que tampoco puedo disfrutar de una sábana inmensa de lucecitas pese a estar tan alto. Con todo, la vista era bonita. He pensado en abrir la ventana y apoyarme en el quicio a acabarme el cigarro. Siempre me ha relajado muchísimo hacerlo, aunque fuera en un patio de luces y la vista se redujera a calentadores de agua, lavadoras y paredes ennegrecidas. No he podido. Hay una mosquitera. He hecho que el humo se difractara entre la rejilla y he visto que, debido a la alta humedad, la nube no se dispersaba, sino que se quedaba flotando burlona a escasos centímetros, como recordándome que ella sí podía escapar y yo no. Al final, en un escorzo, he abierto sin darme cuenta la mosquitera. En mi infinita candidez la creía fija. He podido sacar medio cuerpo fuera, sabucant-me, y resarcirme un poco. Para terminar, he querido hacer una foto de larga exposición para colocarla en el post pero la batería de la cámara, en un guiño traicionero, se ha agotado. Y me ha dado la sensación de que mientras el icono de batería baja parpadeaba me estaba susurrando al oído "no creerías que te ibas a ir de rositas..."